27/10/14

La Casa de Bernarda Alba de José María Muscari


Popular, alegre, melancólico, profundo, tierno, musical, exuberante. Era un niño y también un sabio ancestral. El nombre de Federico García Lorca está atravesado de significaciones. En lengua española no hemos visto poeta que produjera tanta seducción popular. Su obra se llena de sonidos misteriosos que se hacen oír en los corazones de las multitudes, que reconocieron como grande a este joven atraído irresistiblemente hacia el pueblo y la sangre.  
Dos meses antes de morir, Lorca termina la que sería su última obra dramática: La Casa de Bernarda Alba. Tuve el placer de descubrirla en la austera y poco pretenciosa edición de Losada. Bernarda enviuda por segunda vez e impone a sus cinco hijas (Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela) un luto riguroso de ocho años. Tiene una madre, María Josefa, a la que encierra por loca, y dos criadas. También hay hombres, aunque no aparezcan: Pepe el Romano sobrevuela la obra y representa el deseo amordazado, reprimido en el pecho de esas hijas, que desencadena el trágico final.
Quedé fascinada ante tanta opulencia verbal, ante la figura terrible de Bernarda, espejo en el que choca la sexualidad reprimida de sus hijas. Me producía fervor llegar a este texto del personaje de Adela: Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado.
 Suele considerarse a La Casa… como la última obra de un tríptico compuesto también por Bodas de Sangre y Yerma. Así como Bodas de Sangre es la tragedia del matrimonio y Yerma la de la maternidad, La Casa de Bernarda Alba es un “drama de mujeres en los pueblos de España”, tal como nos lo anuncia Lorca bajo el título, en el que cobra nuevo fulgor el eterno drama español: el amor y la muerte bailando una danza furiosa.
Hacía bastante tiempo que tenía ganas de ver esta versión. Ocurrieron dos cosas que colaboraron para ello. En primer lugar, un día escuchaba una nota a la recientemente fallecida Norma Pons, quien encarnaba a Bernarda. En esa entrevista, Pons decía con total seguridad y franqueza: “yo SOY Bernarda Alba”. Me impresionó de inmediato.
Otro de los motivos fue la voluntad de Muscari de popularizar un clásico. Le escuché decir: “Siempre me pareció una aberración que un espectáculo como La Casa de Bernarda Alba y un autor como Lorca no pudieran tener una llegada popular. Creo que quise hacer esta obra para que un montón de gente como mi mamá, que limpiaba casas, venga a ver una obra de teatro y que no crea que Lorca no es para ella porque no terminó el secundario. Lorca es para todos”. Me pareció que respetaba la voluntad popular de Lorca, porque las palabras de Muscari iban en sintonía con las suyas: “No tengo ningún interés en ser antiguo o moderno, sino ser yo, natural. Sé muy bien cómo se hace el teatro semintelectual, pero eso no tiene importancia. En nuestra época, el poeta ha de abrirse las venas para los demás. Por eso yo me he entregado a lo dramático, porque nos permite un contacto más directo con las masas”.
Muscari es respetuoso del texto lorquiano. Su puesta logra climas de intenso dramatismo (razón por la que me llamaron la atención las frecuentes risas del público). María Rosa Fugazot, heredera del papel de Norma Pons, transmite la crueldad (¿la violencia?) que exige la Bernarda de Lorca, con una fuerte presencia escénica. A su lado se destacan la increíble Poncia de Andrea Bonelli y la criada de Mimí Ardú. La Martirio de Valentina Bassi: compleja, rica en matices. Conmueve la Magdalena de Mariana Prommel, esa hija que desea haber nacido varón. Está correctísima Andrea Frigerio en el rol de Angustias. La Adela de Florencia Torrente se ve empañada por la dicción poco clara de la actriz. Esto desmerece también su innegable energía en el escenario.
La versión es prolija, conmovedora, efectiva. Muscari asume un riesgo altísimo del que sale más que airoso. Un Lorca moderno y un Muscari clásico que conviven en perfecta armonía.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario