13/2/15

Taxi, de Carolina Ortega.

Muchas de las historias que tienen lugar arriba de un taxi son dignas de ser contadas. Pero Carolina Ortega no venía pensando en esto cuando, en abril de 2013, encontró a su padre, a quien no veía desde hacía treinta años, en uno.

La historia comienza con un asalto a su mamá. Caro lo supo mientras estaba trabajando. Salí corriendo, dando órdenes de último minuto, cuenta. Voy a tomar un taxi, pero al llegar a la esquina, me doy cuenta de que no tenía plata encima. Paso por el banco. De los seis cajeros, todos fuera de servicio. Decide tomarlo de todos modos, porque sabe que en su casa de Burzaco tenía dinero.
Una vez que se sube al coche, todo lo que hace es hablar por teléfono. Con su jefe (Caro es asesora del diputado Felipe Solá), con sus compañeros de trabajo, con su hermana y con su tío. Todo esto sin mirar al conductor ni una sola vez. Les narra el difícil momento que acaba de pasar su madre, dando su nombre y el de otros miembros de su familia.
Llego a casa y el tachero dice “conozco la zona donde va, la llevo”. Enloquecida, le digo que sí, que bajo a buscar algo y salimos de nuevo.
De vuelta en el auto, y cuando iban por Lomas de Zamora, Caro nota que el taxista comenzaba a estar nervioso: manejaba rápido y no podía parar de fumar.
“Conozco la zona…” a Carolina esas palabras le dan vueltas en la cabeza. “Conozco la zona…” Es ahí cuando, con una mezcla de emoción y horror, lee la ficha con los datos del conductor. Carolina y el hombre al volante vuelven a mirarse a los ojos, reconociéndose, tras treinta años sin verse.
Claro, piensa ahora. ¡Cómo no va a conocer la zona si vivió siete años ahí! ¡Si en esa casa nacimos nosotras (ella y su hermana)!
Las reacciones podrían haber sido muchas: insultar, bajarse del auto y correr, llorar y abrazarlo. Caro, con una sabiduría inusitada para sus treinta y seis años, entiende por fin que si la vida (¿el destino?) los reunió de esa manera tan particular, es por algo: él faltó un montón de tiempo de mi vida, pero si mis viejos se hubieran separado bien seguramente lo hubiera llamado para contarle lo del robo de mi madre, para que me acompañara. Y ahí estaba. Necesitaba auxiliar a mi vieja y él me ayudó.
Esa noche, sin poder creer lo que había vivido, Carolina decide contar la experiencia en un medio que se ha convertido en un gran aliado en esta era: Twitter. No sólo pudo hacer catarsis y exorcizar la experiencia, sino que la leyeron más de 80000 personas y tuvo más de quinientos comentarios: Me llegaban mensajes desde Miami, España, Ecuador y Colombia. La mayoría se mostró sorprendida, otros lo veían como una señal en medio de tanto conflicto; una chica de Washington me contó que le pasó lo mismo con su mamá; un colega dijo que el otro día vio en la calle a su hijo de 14 años al que no veía desde bebé; una mamá me dijo que a sus hijos les pasó lo mismo con su padre, al que no veían desde hace décadas.
Carolina reconoce que, de niña, los libros fueron su gran refugio. Quizá por eso eligió escribir uno para contar su historia (y, ahora lo sabe, la de tantas personas más). Tenés que escribir un libro, me decían. Al principio no lo veía, un día me desperté y dije “ya lo tengo”. Y lo escribí sin parar en un mes.
En Taxi, Carolina relata cómo a partir de este encuentro pudo poner su vida en perspectiva y (re)conocerse a sí misma. Con un sentido del humor envidiable y que hace llevadera la lectura, Taxi resulta una especie de autobiografía, un diario que va desde su infancia, la adolescencia, el trabajo, las parejas y este gran encuentro en el que, como en un círculo perfecto, todo cierra.

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